No hay nada de azar en la poesía de José García Obrero. Incluso la ilustración de la cubierta de su último libro es un gesto necesario: el de un pentagrama con las notas sugeridas por cuatro pájaros detenidos, las cuerdas de una guitarra a punto de ser rasgada, las palabras a punto de ser lanzadas sobre las páginas que siguen.
La música -y de hecho también la pintura- siempre ha estado presente en tus libros, pero especialmente en Hueso, incluso en su estructura.
En Tensión y sentido, cuenta Mariano Peyrou que el resultado de un estudio reciente ha demostrado que música y poesía activan las mismas áreas del cerebro, especialmente aquella poesía que presta una mayor atención al ritmo y la sonoridad de las palabras. La música y la poesía son disciplinas muy próximas, incluso, en origen y en muchas ocasiones a lo largo de la historia, han sido y son la misma sustancia. Tal vez, como decía Valente, porque el poema, al igual que la canción, no se lee discursivamente: se habita, se interioriza. En resumen, me atraía la posibilidad de llevar al extremo esa convivencia entre poema y lector; es decir, invitar a quien se acercara a Hueso a adoptar la misma actitud que cuando se dispone a escuchar una suite de Bach o un tema de Miles Davis. Nadie se pregunta: “¿qué está queriendo decir exactamente Davis en “So what”?”, simplemente, aplaca su vocecilla interior e intenta fundirse con la melodía.
Con la pintura hay también un parentesco de primer grado, debido al elemento visual compartido, a la imagen como sostén de la obra o de la palabra poética. El diálogo es intenso y fecundo, como ponen de manifiesto un nutrido grupo de poetas-pintores-críticos de arte: Alberti, John Berger, Ferrater, Mark Strand… o por los numerosos ejemplos de écfrasis a lo largo de la historia de ambas disciplinas. En el caso de Hueso, mi intención no ha sido tanto el diálogo como la mímesis, la utilización del poema como un lienzo sobre el que disponer las ideas como materia pictórica hasta crear, trazo a trazo, la composición.
Por supuesto, el engranaje de la poesía es accionado por el pensamiento. En un poema de La bestia ideal, el último libro de Erika Martínez, esta escribe: “El filósofo ama a hurtadillas al poema. El poema a la música. La música, a todo lo que vive”. Esta ecuación podría muy bien explicar el adn de Hueso.
Escuchándote me imagino Hueso como una galería de arte por donde pasea el espectador escuchando una lista de música, dejándose envolver por los sentidos más allá del significado. ¿Crees que ese planteamiento podría ayudar al lector no habituado a leer poesía, a acercarse a este género? Y siguiendo la referencia que haces a Miles Davis… Al autor, poeta en este caso, ¿le trae sin cuidado la no comprensión intelectual de sus poemas?
Sí, en lo que se refiere a la actitud frente al poema, a la experiencia estética. Hay una sacralización de la poesía que ha ahuyentado desde hace tiempo a muchos potenciales lectores, me refiero al hecho paradójico de que personas que muestran un conocimiento más que aceptable sobre cine, música o narrativa, se reconozcan en pañales ante la poesía. Incluso en las aulas de los colegios o los institutos, se perpertúa este esquema porque algunos docentes no saben enseñarla a su alumnado debido a que ellos mismos no la leen. ¿Qué ha estado fallando? ¿Por qué cuando un poeta acaba de presentar un libro suele esperarle alguien que le pide aclaraciones sobre sus poemas? Porque se ha estado transmitiendo una manera errónea de aproximarse a la poesía, no solo la poesía misma. Con esto quiero decir que no es que invite a leer Hueso como se haría paseando por una galería de arte o escuchando una lista de reproducción, es que los lectores deberían abordar cualquier libro de poemas dejando que el poema respire en ellos, dándose la oportunidad de que sus experiencias, bagaje intelectual, su visión del mundo y de la vida, conecten (o no) con el texto.
Por lo demás, al poeta dejan de pertenecerle sus poemas en el momento en que los lanza al mundo y lo único que puede hacer es defender, en entrevistas como esta, que hay un rigor intelectual detrás de cada verso, poema y libro suyo y que, obviamente, no son un revoltijo emocional ni el resultado de transcribir las primeras ocurrencias que han ido brotándole en la cabeza. Ahora bien, hay muchas capas de lectura en un poema; hay suficiente apertura como para que cada lector encuentre su encaje en él, establezca sus complicidades. En ese sentido, me gustaría que alguien que no haya leído jamás poesía tenga los mismos reparos en atreverse a su lectura que un catedrático de literatura o el crítico de una publicación especializada.
Música, pintura… otro de los topos de tu poesía -me atrevería a decir que el principal- es el propio lenguaje: las palabras como pétalos eléctricos, el fonema que aclara un misterio, la boca que da nombre a la noche… Palabras como electrones, voz como otra cara de la luz, también muy presente en este último libro, especialmente en la primera parte.
El lenguaje es la médula ósea de la poesía. La palabra poética trasciende las funciones del lenguaje coloquial: plasma el universo íntimo del poeta; indaga en la realidad y elabora otras realidades alternativas; supera las fronteras de lo posible; es sonoridad, plasticidad, creación. La atención al lenguaje ha de ser extrema.
La luz procede de la sombra; para que la luz revele a los objetos debe haber un fondo de oscuridad, para que la palabra se encienda en el poema, el silencio ha de ser su sombra. Estos juegos de claroscuros, esta poética de la penumbra, me ha parecido un objetivo a perseguir, en la primera parte de este libro, como bien dices, jugando con los elementos esenciales.
Siguiendo con ese uso del lenguaje, pese a lo sucinto del título, cada uno de los poemas que componen Hueso rezuma exuberancia, tanto por la abundancia de imágenes como por la creatividad léxica. Y sin embargo, o precisamente por ello, una de las sensaciones que asalta al lector es que las líneas, una tras otra, desnudan el cuerpo del poema, como la piel mondada de una mandarina, para llegar a la esencia que señala el título.
Me parece una buena interpretación, porque sí que estaba entre mis principales intenciones, especialmente en la primera parte, sin título, donde fui dejando la palabra “hueso” en cada poema, como si la estuviera enterrado en distintos paisajes. Aunque también podría interpretarse al revés: desde la esencia, desde el vacío, aparece el hueso al que se le va revistiendo con la piel del poema.
Mi intención ha sido abrir la propuesta utilizando, por una parte, elementos polisémicos, por ejemplo, “hueso”, que puede significar esencia, pero también algo duro de pelar, una huella del pasado, la evidencia de un instante…
En Hueso hay una novedad en cuanto a la forma que ya habías adelantado ocasionalmente en alguno de tus libros anteriores, pero éste es el primero que está construido en su totalidad por poemas en prosa. ¿En qué momento decides hacer este cambio y qué te lleva a ello?
En las fechas en que comencé a sopesar la posibilidad de escribir poemas en prosa, venía de releer algunos libros en este formato de autores de cabecera, así como de poetas amigos que me influyeron en este sentido de manera decisiva, como es el caso de Jordi Valls, cuyos últimos libros están escritos en prosa poética, o de Juan María Prieto en su último poemario, La fundación. El empujón definitivo lo puso el confinamiento “duro”, que me inyectó la obsesión por superar todas las barreras que limitaban mis movimientos, y eso incluía a la poesía. El poema en prosa ya aparece ante los ojos como un texto que ha prescindido de las exigencias formales del verso. El poeta puede transitarlo con mayor libertad, aunque de manera inconsciente siga obedeciendo a su sentido del ritmo o de la musicalidad. La libertad siempre juega al escondite en esa trampa de la apariencia, pero suele conquistar alguna porción más.
Has mencionado a un par de poetas, ¿te sientes identificado con alguna línea estética, alguna tradición? ¿Hay autores de los que te sientas deudor?
En la antología Las voces y los ecos, que preparó José Luis Martín allá por los inicios de los años 80, se les pedía a los jóvenes poetas antologados que explicaran sus influencias. En aquel tiempo, era habitual encontrar este tipo de prólogos; leído ahora parecen una parodia o una competición para ver quién había conseguido ser más erudito en menos tiempo. Bromas aparte, sí te diré que me interesa esa poesía que considera la palabra como un elemento que permite iluminar una parte de la realidad y de uno mismo que no podría ser percibida de otro modo, y quedaría oculta, sepultada por lo evidente, lo palpable: el culto a la razón o el sometimiento al pragmatismo y a los bizumes para pagar las cañas la salida del trabajo. Esa poesía a la que me refiero, exige un viaje introspectivo sin condiciones, una exploración a los sótanos, linterna en mano (tomando una idea de Juan Manuel Villalba), para encontrarse con monstruos o maravillosos hallazgos: con esa parte de nosotros que exige silencio y contemplación y de la que parten los cables que nos unen a todo cuanto nos envuelve o atraviesa. Por otra parte, en un mundo “líquido” uno puede sentirse más cerca de las tradiciones de otros países o simplemente participar de ellas como un nativo más. Mis deudas contraídas son tantas que necesitaría hipotecarme de por vida. Pero, por distintos motivos, mis lecturas recientes o relecturas recurrentes –y así los cito en mis libros–, me llevan a estar en insaldable deuda con José Ángel Valente, Antonio Colinas, Anne Carson, Joan Vinyoli, Eugenio Montale, Gabriel Ferrater, Chantal Maillard, Olvido García Valdés o Mark Strand.
En cuanto a corrientes, hace poco bromeabas en redes al decir que habías escrito tu primer poema social. Efectivamente tu poesía no se entronca con esa tradición, aunque a nivel vital eres una persona comprometida y no te duelen prendas al significarte con causas sociales y especialmente medioambientales.
Sin ánimo de entrar en qué es o no poesía social –me consta que hay muy buenos poetas que toman partido desde el activismo político en sus versos– en lo que a mí respecta, me aterra caer en la obviedad. ¿De qué sirve reivindicar con el mismo lenguaje que se utiliza desde otros ámbitos y con más eficacia? Me sentiría como si pedaleara una bicicleta de carreras por una ruta de montaña. La poesía debe tener una posición política, ética, cívica, de lo contrario sería un anuncio publicitario, pero sin precipitarse a lo plano y evidente. Erika Martínez comentaba hace poco en una mesa redonda sobre escritura y ecologismo, que para tomar posición política sobre un asunto, pongamos por caso, el calentamiento global, no hacía falta escribir un poema sobre él, se podría hacer dándole una vuelta y enfocarlo desde un plano más creativo. Una mesa o una telaraña, por ejemplo, podrían ser un buen punto de partida para abordar cualquier causa social.
Esto respondería también a por qué como ciudadano puedo ser alguien que trata de ejercer cierto compromiso ecologista, y no querer, como poeta, que este impregne los poemas de tópicos y lugares comunes, sino que el discurso, las ideas, los valores, el posicionamiento político, se diluyan en ellos y se revelen de manera más sutil en su lectura, también porque yendo un poco más allá de la razón se consigue alcanzar una mayor profundidad, acercarse a la conciencia de quien recibe el mensaje.
Volviendo a Hueso, concretamente a su piel, la edición de Godall es muy cuidada. Curiosamente es una editorial afincada en Catalunya que publica mayoritariamente en catalán. ¿Cómo llegaste a ellos? Y por extensión, háblanos de tu periplo editorial desde que publicaste Un dios enfrente con La Garúa en 2013.
Llegué un poco por azar, a través de José Antonio Jiménez, poeta y redactor en la revista Caravansari, que me puso en contacto con Matilde Martínez, la editora de Godall. Ella y la poeta Sònia Moll habían planificado una gira para presentar Y Dios en algún lugar, libro bilingüe de Moll que acababa de ver la luz, y pensaron que yo podía ejercer de anfitrión en Córdoba. A partir de ahí, establecimos una buena relación, que fructificó un poco más adelante en la publicación de Penumbras, una antología que preparé con mis traducciones al castellano de la obra de Jordi Valls. Tras esta última colaboración, vino una invitación por parte de Godall a que les enviara el proyecto en el que estuviera trabajando en ese momento. Les mandé unos quince o veinte poemas con el germen de Hueso, comentándoles que si les gustaba la idea, cuando acabase el libro sería suyo. Y así fue.
Este año se cumplen diez años desde que Joan de la Vega, poeta, editor de La Garúa y colomense como yo, decidió apostar por mi trabajo y publicar Un dios enfrente. No tengo suficientes palabras de agradecimiento para este gesto que para mí supuso una gran oportunidad: la de que mi primer libro apareciera en un catálogo tan cuidado como el de La Garúa. El año pasado, con el cierre de esta editorial, la poesía de este país perdió uno de sus sellos independientes de cabecera, no reconocido como se merece, aunque estoy convencido de que el tiempo lo pondrá en su lugar, como ya pasó en su día con DVD o El Gaviero.
El azar ha tenido mucho que ver con la publicación de los siguientes libros. No me extenderé con el tortuoso camino que llevó a Mi corazón no es alimento, mi primer libro escrito y segundo en publicarse, de tener el beneplácito de Eclipsados a ver la luz años más tarde finalmente en En Huida. A día de hoy, los contratiempos de este libro me parecen excesivos para una primerísima propuesta que aporta poco al conjunto de mi trayectoria.
La piel es periferia se alzó con el premio Ciudad de Burgos. Eso conllevó un salto cualitativo. Para empezar, entrar en el catálogo de Visor con todo lo que supone. Hay poco más que decir, salvo que representó un antes y un después. Dio muchísima más visibilidad a mi trabajo.
Ganar un premio no supone que las puertas estén abiertas de par en par para el siguiente proyecto, si bien es cierto que no se parte de cero absoluto, llevar el libro buen puerto sigue siendo una tarea ardua. Tocar arcilla al fondo se publicó en La Isla de Siltolá, sello de calidad indiscutible, gracias a la confianza depositada por su editor, Jaime Sánchez. Publicar en la editorial sevillana refrendó el buen rumbo de mi trabajo.
En resumen, tengo cinco libros publicados en editoriales diferentes porque los designios de la poesía también son inescrutables.
Siguiendo esta línea y ya para acabar, ¿qué le deseas a Hueso en su particular periplo?
Que no deje indiferente a los lectores que decidan aventurarse a su lectura.