Hace unas semanas una amiga me llamó para pedirme que echara una mano a su hijo en un traslado. Era urgente. Cuando llegué había policía y un montón de gente trajinando de un lado para otro. Se trataba de un edificio okupado y pensé que la prisa se debía a un desalojo forzado. Sin embargo, el ambiente era desenfadado. La policía charlaba distraída en la acera y los vecinos subían y bajaban por las escaleras de la finca llevando trastos y muebles a los coches y las furgonetas aparcados en la calle. Había trasiego, pero también alegría.
Pronto lo entendí. No se trataba de un desahucio, la PAH había logrado una vivienda con contrato social a través de la Sareb.

El plazo para el traslado era mínimo, de ahí la premura. El edificio de destino, como el de origen, era una finca que no llegó nunca a habitarse. Un barco más naufragado entre tanto fondo buitre y burbuja inmobiliaria.
Parafraseando un tweet de @ximicomics : “Mi ser mitológico favorito es el okupa que espera agazapado a que la familia entera se vaya de vacaciones para meterse en su casa a vivir en lugar de simplemente okupar una de los millones de viviendas abandonadas o propiedad de fondos buitre que existen”
No confundamos: si alguien acaba optando por okupar una vivienda lo hace por absoluta necesidad y porque el sistema aprieta tanto que, al contrario que Dios… ahoga. A nadie le gusta vivir instalado en la incertidumbre de un desahucio. El verdadero criminal es un mercado inmobiliario y un sistema bancario que tiene secuestrado el derecho universal de la vivienda y no sus víctimas que luchan por subsistir. Y en esa lucha, como David frente a Goliat, la PAH es una verdadera heroína.