Detrás de cada historia

Fuego amigo, educación emocional o leche de soja son binomios que me provocan desconfianza. Funden conceptos de una manera poética, pero no son del todo fieles a la verdad. Algo así me sucede con “narrativa terapéutica”, el subtítulo del libro Detrás de cada historia de Jordi Amenós Álamo, un libro de autoayuda. La autoayuda, otro binomio fantástico …. Escuché decir a alguien que los libros de autoayuda se ayudan a sí mismos a venderse… y, sin embargo, este libro me ha caído muy bien, y me encanta cuando algo rompe mis expectativas, más aún mis prejuicios.

Jordi Amenós demuestra que es un gran lector, no solo de narrativa, sino de teoría narrativa. Menciona a docenas de autores (poetas, mitólogos, narradores, directores de cine…) y entrecruza pasajes y reflexiones mitopoéticas con el uso e intento de apropiación del relato contemporáneo por parte de medios, políticos, religiones, etc. Ya saben, aquello de que la historia la cuentan los vencedores. 

En la segunda parte del libro le da una vuelta más y planta la semilla del relato en el terreno personal, es decir, se pregunta cómo trenzamos nuestra propia biografía en relación a nuestro sistema familiar, cómo creamos una narración en base a nuestras heridas, habilidades o debilidades para victimizarnos, justificarnos o empoderarnos, según el caso.  

Las citas que he extraído pertenecen más a la primera parte, que tiene más que ver con la parte antropológica y social, pero es fácil extraer un hilo invisible hacia donde cada uno esté dispuesto a mirar. 

“La mitóloga Karen Armstrong afirma que cuando los seres humanos tomamos en el pasado conciencia de nuestra mortalidad, necesitamos una narración paralela mítica e imaginativa del mundo para poder comprender y entregarnos profundamente a la experiencia de estar vivos. “

«La mitología ha servido para varias funciones, desde la educativa y pedagógica hasta la de orientarnos para cerrar unas etapas en la vida y abrir otras nuevas. También para tener luz más allá de la confusión, para dialogar con el misterio e invocar una belleza poética que abra la conciencia a una fuente de vitalidad, espiritualidad y calma interior. La ficción proviene de nuestra naturaleza mitopoética ancestral; en ella reside la energía que mueve la imaginación.»

«[Actualmente] nos gusta la ficción, pero no la sentimos como una expresión mitopoética; a mucha gente la ha devorado una hiperracionalización. […] Como cultura occidental, estamos inmersos en el mito tecnocientífico; otros autores lo llaman «tecnocrático» e incluso se habla del «mito tecnocientífico del progreso». Es decir, la base mitológica sobre la que hemos asentado la sociedad actual es la seguridad que nos proporcionan la ciencia y el conocimiento técnico del mundo. La ciencia es también una mitología, aunque no sea reconocida como tal. […] En una cultura como la nuestra, se ha despojado la narrativa de su función poética de acompañarnos en lo profundo. Esa función, según el mitólogo Joseph Campbell, habría recaído sobre las religiones, pero muchas de ellas han racionalizado el mito y este ya no es poesía, sino que se ofrece como una verdad histórica y repleta de moralidad.»

«A nuestros jóvenes les negamos los mitos que pueden orientarlos hacia su expresión vital y en los que puedan proyectarse para ir reconociéndose y comprendiéndose como humanos, pero les ofrecemos estructuras narrativas de proyección, lugares donde proyectarse para comprenderse como una narrativa; necesidad que todos los humanos tenemos para reconocernos. Así, estas estructuras narrativas de proyección son, por ejemplo, Facebook, Instagram o Twitter: «La tecnología —dijo Max Frisch— es el don de organizar el mundo de forma que no podamos experimentarlo».»

«El gran peligro de los mitos y las narraciones ficcionales colectivas es que se conviertan en verdades rígidas y despojadas de su dimensión metafórica. Lo vemos en los fanatismos religiosos y políticos: cuanta más seguridad hay en las historias, más se proyecta sobre el otro la negación de su propia forma de mirar el mundo y de existir en él.»

«Además, este es el gran peligro de la narrativa personal: que cualquier historia sea tan verdadera que niegue otra narrativa contraria o complementaria. En cuanto sucede esto aparecen dos grandes fenómenos: la proyección de la sombra hacia el otro —aquello que negamos de nosotros por infame, vergonzoso o indigno, y que proyectamos sobre alguien, sea persona o grupo, para convertirlo en enemigo— y la expresión coartada y sin libertad, pues en cuanto una narrativa se fije, la persona percibirá que hay cosas que pueden expresarse y otras que no y, por tanto, será una invitación a la aparición de secretos y una negación de la espontaneidad.»

«He visto pacientes que tienen una buena historia, bien argumentada, sin agujeros de guion y con la tensión dramática necesaria para que al oyente le resulte atractiva. Les permite justificar su mundo y el control para no sentir sus emociones. Tienen una buena historia, casi diría que han quedado poseídos por ella. Pero no se tienen a ellos mismos. Son más fieles a su narración que a la profundidad y los latidos de su propio corazón.»

«La expresión más radicalizada de este patrón la encontramos en los fanáticos; por ejemplo, en los fanáticos religiosos. Necesitan «limpiar» el mundo de infieles porque en realidad su extrema fidelidad a su propia narrativa los hace desparecer a ellos mismos. Recuperando la idea de la frase que escuchó Hellinger, podríamos decir que han sacrificado a las personas, incluyéndose a ellos, antes que sus ideas.»

«Si no podemos dignificar nuestra vulnerabilidad, entonces necesitaremos nuestras narrativas fijas para mantenernos en el mundo. Les daremos la categoría de verdad y lo ajeno será un problema, un enemigo; de este modo, la narrativa se convierte en un arma.»

«La metáfora no nos permite definirnos, pero sí nos permite reconocernos. Una metáfora implica una apertura en la comprensión. Sus límites no son definidos y nos lleva la conciencia a estratos profundos de la psique. Por ejemplo, cuando escuchamos cuentos. Que los héroes consigan el tesoro es una invitación a que nosotros crucemos nuestros umbrales internos de miedos, congelaciones e inconsciencias, y recuperemos las dimensiones humanas que nos corresponden.»

«El otro, entonces, con su propia mirada del mundo, es un problema para nuestra propia historia. Joseph Campbell decía que solo tenemos dos opciones. «Abrir el corazón o empequeñecer el mundo.» Quien no puede abrir su corazón a su espacio vulnerable, necesitará hacer el mundo más pequeño, porque así eliminará cualquier diferencia, aspecto o persona que ponga en duda su imagen fantasiosa de identidad. El fanático debe eliminar todo lo infiel para que encaje en su propia narración.»

«En televisión, redes y tertulias, la narrativa se convierte en un «ruido» que elimina la calma suave que requieren la poesía, la reflexión o el mito. Así pues, la narrativa se convierte en una fuerza imparable para mover la gente hacia donde los mandatarios quieran, y esto implica llevar la conciencia y la atención a un lugar muerto. Igualmente despierta la pertenencia de forma nefasta, invitando a la gente a generar grupos que se sostienen en la negación de otra realidad o en fanatismos varios, y además necesita velocidad, pues también esta es un analgésico emocional y de conciencia. […] se invoca la emoción, lo cual permite el titular fabricado como material de rumor veloz. Hemos pasado del fast food al fast myth.»

«[sobre un estudio] Entre sus conclusiones llegaron a una clara: la falta de conciencia personal sobre lo que ocurre en nuestra vida a nivel emocional era el paso previo a creer el rumor como verdad y, por lo tanto, a narrarlo de nuevo para hacerse ver o notar. Por eso es de vital importancia cultivar el proceso personal y la conciencia narrativa; si no, cualquier historia externa bien cultivada y presentada puede ser un hechizo que nos aleje de nosotros. […] Una historia puede ser falsa, pero la experiencia emocional nos hace sentir que es verdadera.»

«Esa es la consecuencia de la narrativa como arma de guerra. Es ruidosa, despierta las emociones y hace desaparecer a cualquiera que quede detrás de esa historia. Nos hace entrar en campos de violencia que nos atrapan. El lenguaje se va convirtiendo en épico y disfraza la veracidad a base de intensidad. Se va deformando la espontaneidad lingüística para adaptarlo a la sombra enajenada. Se normaliza la mentira y se penaliza la duda. La promueven los ególatras y, sin vergüenza ni culpa, se arranca el lenguaje de su tierra poética para que no tenga raíces. De esta forma se pasa al ámbito de lo fantasioso grotesco: una deformación del mundo a través de una gran proyección al exterior de las sombras negadas. Eduardo Galeano recogía en uno de sus relatos la sabiduría de algunas tribus en relación con la belleza y el peligro de las palabras:

En la lengua guaraní, ñe ê significa «palabra» y también «alma».
Creen los indios guaraníes que quienes mienten, o dilapidan la palabra, son traidores del alma.

«Hemos comprado las metáforas que propone el ruido publicitario […]. El mundo ha quedado en las capas superficiales del relato ignorando que los relatos, como los árboles, tienen profundas raíces en la tierra fértil. Y que es así como pueden dar frutos. «

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