En esencia

De la novela «El Perfume» de Patrick Süskind hubo un pasaje que me desconcertó especialmente: Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista cuyo olfato es hipersensible, vivía bombardeado por miles de estímulos odoríferos que para la mayoría pasan desapercibidos. Sin embargo, Jean-Baptiste era incapaz de identificar su propio olor. En esa búsqueda de sí mismo, de su esencia, se despoja de sus ropas y se interna en una cueva como si fuera un ermitaño. Allí, carente de estímulos externos constata con desesperación que carece de olor corporal. De alguna manera es invisible para el sentido del olfato.

Recordé esta esencia paseando por el bosque, tras una curva del camino que –por arte de magia- borró el rumor que emanaba de un pueblo cercano. Hasta esa curva no había sido consciente de su rumor, y al desaparecer surgieron nuevos matices acústicos a mis oídos: la nitidez de los trinos, el viento en las hojas, mis propios pasos.

El silencio, como el cuerpo de Jean-Baptiste, siempre trae ropas de las que deshacerse y rara, muy raramente, se le ve desnudo, sobretodo porque además de las vestiduras externas está poblado de las voces de nuestro interior.

Entonces pensé que la sobre estimulación de nuestros sentidos (en especial vista y oído) es muy similar a la del pobre Jean-Baptiste con el olfato, y que las dificultades para percibir nuestra esencia son tantas como las suyas.

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